Cielo azul, brisa, buena música y el olor delicioso a asado acompañan el ambiente de amor y compañerismo en aquella casona.
Las bebidas iban y venían, el ron que le da el toque místico, de pronto el aroma a tabaco, y esa música caribeña muy contagiosa, mientras los niños veían alegres el desenvolvimiento de la pareja, de aquella simbiosis que echa chispa, fuertes como siempre, alegres, muy cómodos en su zona de confort.
El despertador suena de madrugada y José Luis se levanta poco a poco, la casa a oscuras, una leve luz tenue se deja ver de unos de los cuartos, el silencio es total, la atmósfera solitaria de aquel hogar se hace sentir.
Todos calladitos, los niños aunque parecieran estar despiertos, duermen tristes con el pensamiento volado de aquello que pudo seguir siendo, pero alguien decidió dejarlo todo por el todo.
Se alista y va andando José Luis a la pincha, a bregar para poder llevar algo a la mesa y pagar deudas, se entusiasma en el trabajo, porque estará rodeado de gente, aunque sea molesta algunos, siempre podrá contar con algún tema de conversación.
Estirar las piernas es bueno para la salud, para ver el bullicio, sentir la muchedumbre, la gritería de los transeúntes en las calles, los policías y ladrones ocultos, la ropa nueva, zapatos en las vidrieras, cualquier cosa que podría interesar.
Al final del día, de vuelta a la casona, todo es silencio, un ambiente de soledad lo cobija, se aburre, se deja llevar por aquellos días pasados, se aferra a una Virgen que mamá Chela le había regalado una vez, le pide cosas en silencio y se acuesta, trata de dormir, pero los fantasmas del pasado lo acosan tanto de día como de noche, pero sobre todo en esas horas nocturnas cuando el cuerpo necesita descansar.
¡La misma rutina! -exclama José Luis- quien recordaba a mamá Chela, que le decía que le alegraba ir a trabajar para no sentirse sola en la casa, pero cuesta reponerse de ese golpe que le ha dado la vida, de forzarlo a vivir de esa manera, vivir por vivir, no queda de otra.
Preferible una vida sana sin ajetreos, que andar con cualquier cabra por compañía que lo indisponga a uno con falsedades que en un principio no se habrá de notar, pero conforme pasan los años podría sorprender y enfermar al viejo.
¡Ya no se puede confiar en nadie, ya no se puede eso! -expresó aquel hombre- que rogaba y rogaba a la Virgen por esos días de tranquilidad y cariño.
Todos los escritos de Rogelio Córdova están protegidos por la Ley sobre Derecho de Autor. Queda prohibido la reproducción parcial o total de cualquier contenido literario suyo.
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Bendiciones!