Hace 15 años tuve a mi único hijo, Rogelio Antonio Córdova. Nacido en Cuba, provincia Granma y criado en Panamá. ¿Qué recuerdo de Granma? Sus mujeres hermosas. La buena gente manzanillera. El Rojo, un salón cabaret con buenos espectáculos. El Dancing Light, donde esperaban las chicas para adornar la noche y el alma. Cada cuadra cuenta historia del cubano de a pie.
Recuerdo los cañaverales donde el abuelo de Roge, parecía un mismo buey, trabajando de sol a sol. A mí me ponía a trabajar porque luego de estudiar y tomarme unas vacaciones, como que no le hacía gracia que durmiera hasta tarde. Era el vago perfecto entonces. Después de todo me sirvió esa experiencia de trabajar la tierra. Después de tanto trabajo me encontraba al medio día tirado sobre la hierba con la vista al cielo y a veces me pegaba un breve sueño para cargar energía; de pronto al abrir los ojos veía un avión volando muy alto, lo que llamaría el corredor aéreo, atravesando ese espacio aéreo cubano. Imaginaba a esos turistas o hombres y mujeres de negocios, tomándose unos cocteles para hacer más amenos el viaje, que por su dirección, podría decir que se dirigían a suramérica. Habian veces que deseaba estar en ese avión, porque así como el dulce, Cuba resultaba empalagoso, o tal vez extrañaba mi tierra panameña, su música folclórica, o el pindín como le dicen acá. Pero estando en Panamá donde impera la violencia y la maleantería, cará ¡cómo extraño esa Cuba!, su tranquilidad y su encanto.