
Sin tetas no hay periodismo
Xavier Sáez–Llorens
xsaezll@cwpanama.net
La novela Sin tetas no hay paraíso, del escritor colombiano Gustavo Bolívar Moreno, describe la historia de una adolescente de 14 años que anhelaba, similar a sus amigas, vestir ropa de marca, lucir carísimas joyas, oler a las más finas fragancias, ser deseada por los mejores galanes y sacar a su familia de la pobreza. Para satisfacer rápidamente su ambición, ella solo tenía que convertirse en la amante de un narcotraficante. La joven, empero, no sabía que la prematura prosperidad de las niñas de su generación quedaba supeditada al volumen de sus senos y descubrirlo le hizo comprender que sin tetas postizas no alcanzaría el ansiado paraíso. Al final, su inmersión en ese mundo temerario e inmoral, le iba a terminar cobrando un precio excesivo. Sus soñadas prótesis no se convirtieron en esperada felicidad sino en infortunada tragedia.
La trama parece haber sido imitada por las televisoras locales. Para generar ratings, nada mejor que mostrar a jóvenes locutoras, con vasta “pechonalidad”, moviendo sus artesanales siluetas al ritmo verbal de noticias superfluas y mundanas. Lo importante es capturar sintonía, no importa si la información vertida promueva superstición e incultura. Basta echar un efímero vistazo a la programación que antecede los noticieros estelares para degustar un repertorio de glándulas mamarias que protruyen, sin obstáculo, por complacientes escotes. En el centro de dichas montañas lácteas, yace usualmente un crucifijo, quizás con la intención de que el ícono religioso santifique la intrusa silicona. Si ese Cristo tuviera la capacidad de fisgonear las regiones circundantes, a las que está continuamente sometido, tendría ya várices en los ojos. Algunas presentadoras exhiben, incluso, sin mucha tela para el disimulo, los atributos femeninos que hacen moda en los últimos años: cintura pequeña con morfología de guitarra, caderas cadenciosas, piernas torneadas o colas redondeadas y levantadas, que provocarían la liberación de testosterona, hasta de las gónadas de un cadáver. De hecho, el nombre del segmento (Al Descubierto) traduce fielmente el tipo de anzuelo elegido por el Canal 2 para enganchar la mayor cantidad de público. Su competidor, Código 4, utiliza
similares estrategias, aunque sin un título tan sugestivo. Deberían, quizás, llamarlo “Tetametro” Canal 13.
No me malentiendan. A cualquier hombre vivo y honesto le encantan, por supuesto, las tentaciones corporales de su contraparte biológica. Sospecho que más de un televidente derrama espuma por sus comisuras labiales ante tan provocativas imágenes. Además, toda mujer tiene legítimo derecho a cuidar su estética y autoestima. La vida es corta y el más allá no deja de ser una linda fábula. Mi crítica, por tanto, va dirigida únicamente al contexto en que los senos son mostrados. Primero, el horario es perverso. Seguramente, muchos niños se exponen a las vistas en ausencia de adultos responsables. Segundo, el contenido es patético. Astrólogos, curanderos, charlatanes, espiritistas y mercaderes sexuales son habituales protagonistas. Tercero, el método es degradante. Se utilizan mujeres cuasi–desnudas, cual objeto anencefálico, para vender un producto comercial. Después nos quejamos de que nuestra sociedad haya perdido valores. Mientras pornografía, violencia, novelería, cabalística y brujería saturen el periodismo criollo, sin ningún tipo de restricciones éticas, seguiremos siendo población pobre, ignorante e improductiva. Da gusto ver cómo las reporteras de países desarrollados acaparan audiencia por buena dicción, elegancia personal, cultura amplia, capacidad analítica y narrativa sustanciosa.
Otros protagonistas nocivos son los mensajes de naturistas y hierberos. El Minsa debe regular la información sanitaria suministrada por estos charlatanes botánicos. No tengo nada en contra de que una persona ingiera cualquier arbusto pensando en que sus químicos mejorarán su salud. Al fin y al cabo, aun el efecto placebo puede resultar provechoso. No obstante, la inmensa mayoría de hierbas no ha pasado por el riguroso tamiz de la investigación científica para demostrar eficacia real y, las pocas que lo han hecho, han fracasado rotundamente. Por otro lado, por más naturales que parezcan, estas supuestas panaceas no están exentas de toxicidad. Algunas de ellas pueden interferir drásticamente con el efecto beneficioso de fármacos valiosos tomados por un paciente para tratar una dolencia seria. El ente ministerial debe prohibir la propaganda fraudulenta que asegura actividad curativa de productos naturales contra enfermedades relevantes como cáncer, sida, diabetes, infecciones, patologías cerebrales y trastornos cardiovasculares. En estas condiciones, los riesgos de demorar la atención médica, provocar reacciones indeseables o reducir la efectividad de terapias probadas, son demasiado peligrosos.
Hago un llamado a dueños de medios y tribunales de ética periodística para que mediten sobre estas ideas. Conocimiento y cultura no solo son reflejo de lo inculcado por familia y escuela. La prensa puede reforzar o entorpecer dicho aprendizaje. Por lo visto hasta ahora en Panamá, me siento obligado a parafrasear lo que señaló Julius Marx: “Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”.
Dra. Celia Moreno
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