Por Walterio Carbonell
(Esto solo es un fragmento, porque sería irresponsabilidad publicar rituales que no pueden practicar en casa, salvo alguien que tenga licencia)

El ritual del palero, adorador de Siete Rayos, su iniciación en la religión de Palo Monte, sus reglas -la más peligrosa y muy poco conocida Mayombe-, los "trabajos" con muertos del cementerio y los bailes y cantos de purificación: "uriá, uriá Nganga/ uriá, uriá Nganga", son los principales temas de esta sustanciosa descripción que nos presenta el escritor y estudioso Walterio Carbonell.
He visitado Guanabacoa muchas veces. Esta villa sigue siendo, en lo fundamental, una de las más ricas herederas del patrimonio cultural africano. Villa llena de misterios, de tradiciones religiosas que dejaron los negros traídos como esclavos, y que en Guanabacoa se conservan muy puras.
Yo estaba allí cuando llegaron los dioses.

El cuatro de diciembre, día de Siete Rayos para los paleros, Santa Bárbara para los católicos y Changó para los santeros, fui a la casa de un palero amigo. Por las calles de Guanabacoa iban mujeres vestidas de rojo. Cuando llegué, hombres y mujeres bailaban, siguiendo con brazos y piernas el ritmo seco y cortante de los tambores. Desde las doce de la noche del día anterior se trabajó duramente para que los dioses no faltaran a la cita del cuatro de diciembre.
Yo estaba allí cuando Tiembla Tierra, Siete Rayos y Lucero, que tal parece se habían puesto de acuerdo, llegaron juntos a la vivienda del Padre ganga, patriarca principal del lugar. A poco uno de ellos cayó al suelo, y se escuchó un mambo o canto llamando al Dios, que se iba a posesionar de aquel cuerpo, mientras paleros amigos le aflojaban las ropas, le quitaban la camisa y los zapatos. El hombre emitía sonidos guturales, sordos: se había producido la posesión del dios. A mi lado un niño, como de doce años, también caía. Yo vi cómo le aflojaban las ropas y le ponían un frontil de tela roja y negra con dibujo simbólico.
El niño hablaba un idioma desconocido para mí, quizá un dialecto de sus antepasados esclavos, en una esquina de la habitación. Hablaba y fumaba. Cuando volví a mirar al hombre, se hallaba sentado en un rincón junto a una nganga caldero, sobre sus hombros un paño blanco. Sus pies descansaban en una alfombra.
No podía hacer otra cosa que acercarme a aquel hombre sin edad y sin el más leve parecido físico con los allí reunidos. Hablaban y hablaban, la voz distante, una voz apagada. Me dijeron que estaba cansado y que era muy viejo. Pero tenía la mirada de un ser dominante, seguro de su poder. La mirada de Tiembla Tierra. Una muchacha también se le acercó. Tiembla Tierra temblaba al hablarle (al santo se le conoce por sus señas), hablaba con esfuerzo, con el cansancio de los miles de años que llevaba rigiendo los destinos del universo. Uno de los intérpretes aclaró:
--Dice que usted no sabe lo que quiere, que está aturdida.
Tiembla Tierra movió la cabeza y dijo:
-Tienes miedo.
La muchacha lo contempló.
-Sí, tengo miedo -dijo.
-Alguien te traicionó -sentenció Tiembla Tierra.
De nuevo ella asintió. La mirada de Tiembla Tierra no se había apartado de la muchacha, y su cuerpo no había dejado el temblor convulso de antes.
Miró el vestido corto de la muchacha y frunció el ceño.
-Es la moda de las cubanas -le comunica el intérprete.
El asiente le indica que puede irse.
He visitado Guanabacoa muchas veces. Esta villa sigue siendo, en lo fundamental, una de las más ricas herederas del patrimonio cultural africano. Villa llena de misterios, de tradiciones religiosas que dejaron los negros traídos como esclavos, y que en Guanabacoa se conservan muy puras.
Yo estaba allí cuando llegaron los dioses.

El cuatro de diciembre, día de Siete Rayos para los paleros, Santa Bárbara para los católicos y Changó para los santeros, fui a la casa de un palero amigo. Por las calles de Guanabacoa iban mujeres vestidas de rojo. Cuando llegué, hombres y mujeres bailaban, siguiendo con brazos y piernas el ritmo seco y cortante de los tambores. Desde las doce de la noche del día anterior se trabajó duramente para que los dioses no faltaran a la cita del cuatro de diciembre.
Yo estaba allí cuando Tiembla Tierra, Siete Rayos y Lucero, que tal parece se habían puesto de acuerdo, llegaron juntos a la vivienda del Padre ganga, patriarca principal del lugar. A poco uno de ellos cayó al suelo, y se escuchó un mambo o canto llamando al Dios, que se iba a posesionar de aquel cuerpo, mientras paleros amigos le aflojaban las ropas, le quitaban la camisa y los zapatos. El hombre emitía sonidos guturales, sordos: se había producido la posesión del dios. A mi lado un niño, como de doce años, también caía. Yo vi cómo le aflojaban las ropas y le ponían un frontil de tela roja y negra con dibujo simbólico.

El niño hablaba un idioma desconocido para mí, quizá un dialecto de sus antepasados esclavos, en una esquina de la habitación. Hablaba y fumaba. Cuando volví a mirar al hombre, se hallaba sentado en un rincón junto a una nganga caldero, sobre sus hombros un paño blanco. Sus pies descansaban en una alfombra.
No podía hacer otra cosa que acercarme a aquel hombre sin edad y sin el más leve parecido físico con los allí reunidos. Hablaban y hablaban, la voz distante, una voz apagada. Me dijeron que estaba cansado y que era muy viejo. Pero tenía la mirada de un ser dominante, seguro de su poder. La mirada de Tiembla Tierra. Una muchacha también se le acercó. Tiembla Tierra temblaba al hablarle (al santo se le conoce por sus señas), hablaba con esfuerzo, con el cansancio de los miles de años que llevaba rigiendo los destinos del universo. Uno de los intérpretes aclaró:
--Dice que usted no sabe lo que quiere, que está aturdida.
Tiembla Tierra movió la cabeza y dijo:
-Tienes miedo.
La muchacha lo contempló.
-Sí, tengo miedo -dijo.
-Alguien te traicionó -sentenció Tiembla Tierra.
De nuevo ella asintió. La mirada de Tiembla Tierra no se había apartado de la muchacha, y su cuerpo no había dejado el temblor convulso de antes.
Miró el vestido corto de la muchacha y frunció el ceño.
-Es la moda de las cubanas -le comunica el intérprete.
El asiente le indica que puede irse.