Me canso de arremeter contra los políticos y su facilidad para mentir, para cambiar de bando o de ideas; me canso de atacar a los gobernantes y su facilidad para sobornarse la conciencia; me canso de vocear contra la jerarquía católica y su facilidad para retorcer las cosas y para escudarse en su condición humana cuando se les pilla in fraganti en graves imposturas o defienden lo indefendible de la pederastia que les concierne...
Pero no me canso de sentir repugnancia hacia los periodistas y los medios que se hicieron cargo de velar por la moral y la ética después de la dictadura franquista, compitiendo con la clerigalla. Y me producen náusea porque, a diferencia de lo que sucede con la religión y sus servidores a los que podemos ignorar olímpicamente no entrando en sus templos, al periodismo y a los periodistas los tenemos hasta en la sopa. Son como las cucarachas: están por todas partes y es muy difícil evitarles en la vida cotidiana. Para rehuirles tendríamos que aislarnos, tendríamos que dejar de leer periódicos y ver casi todas las cadenas y programas de televisión; lo cual es harto problemático. Sea como fuere, el excesivo protagonismo del periodismo en cualquier materia es peligroso, pero el periodismo dedicado a hurgar en las vidas ajenas comunes es especialmente sofocante y aberrante, cuando no causa de desgracias personales.
Y me indignan, porque no basta con no ver esos programas que te asaltan en cualquier esquina del día, sino que esa clase de periodismo, para explicar los programas basura, recurre al cínico argumento de que "es lo que demanda el espectador". Se erige en árbitro de todo, lo juzga todo, no deja títere con cabeza y, como si fuéramos presidiarios, nos sirve bazofia tras bazofia sólo porque nos comemos la bazofia. Tiene la misma catadura que ese empresario que se jacta por ahí de que sus trabajadores perciben salarios de hambre en comparación con lo que gana él, porque le han ido a pedir trabajo. O la misma que el camello o el narcotraficante que alega que vende droga, porque se la piden los drogadictos. Pregunte ese periodismo al periodismo académico. ¿Cree realmente el periodismo académico que, porque lo ve, el espectador "demanda programas basura"? ¿No les induce él y a su constante bombardeo psicológico a que los vea?
El periodismo ha desenfocado su función social que no dista gran cosa de la que tiene la prostitución de salón, si es que alguna vez la ha tenido enfocada y se ha planteado colaborar con los ciudadanos en su engrandecimiento moral.
Por eso digo a menudo que los periodistas han sustituido en los púlpitos, al menos en este país, a la clerigalla. Esta ha perdido prácticamente toda la influencia que tuvieron en los regímenes absolutistas y luego en la dictadura. El testigo de la influencia ha pasado a manos de los periodistas con su pluma, con su verbo y su vida personal. El periodismo tiene, o debiera tener, mucho de ascetismo. Sin embargo, con el pretexto de dar lo que demanda el espectador, por un lado, exprimiendo la bajeza que hay en el ser humano en cuanto se le atizan un poco los instintos, por otro, y con el enorme influjo que ejerce la "cultura" pasiva recibida a través de la televisión, el periodismo -ese periodismo basura- está llevando tan lejos su voracidad, que le degrada y degrada a los espectadores; está creando monstruos en lugar de reforzar la dignidad del ciudadano.
Hacer caso del quiasmo de Lope de Vega cuando dice que "Si el público es necio, es justo hablarle en necio para darle gusto" porque conviene a la otra "cultura" implacable, la del dinero; hacerse pasar el periodismo por tutor de la ciudadanía, unas veces, y otras por orientador moral para sacudirse al final su responsabilidad moral es una de las maniobras más perversas en la sociedad moderna que convierte, por este simple hecho, a la democracia en demagogia liderada y rentabilizada por el periodismo marrón.
La ley penal debiera condenar el periodismo basura, estupidizante y embrutecedor, aunque sólo fuera por la salud mental y global del ciudadano. Debiera condenarlo como condena el narcotráfico o el tráfico de órganos. Yo diría que sólo debiera levantar la veda cuando permitiesen la venta libre de todos los estupefacientes
Pero no me canso de sentir repugnancia hacia los periodistas y los medios que se hicieron cargo de velar por la moral y la ética después de la dictadura franquista, compitiendo con la clerigalla. Y me producen náusea porque, a diferencia de lo que sucede con la religión y sus servidores a los que podemos ignorar olímpicamente no entrando en sus templos, al periodismo y a los periodistas los tenemos hasta en la sopa. Son como las cucarachas: están por todas partes y es muy difícil evitarles en la vida cotidiana. Para rehuirles tendríamos que aislarnos, tendríamos que dejar de leer periódicos y ver casi todas las cadenas y programas de televisión; lo cual es harto problemático. Sea como fuere, el excesivo protagonismo del periodismo en cualquier materia es peligroso, pero el periodismo dedicado a hurgar en las vidas ajenas comunes es especialmente sofocante y aberrante, cuando no causa de desgracias personales.
Y me indignan, porque no basta con no ver esos programas que te asaltan en cualquier esquina del día, sino que esa clase de periodismo, para explicar los programas basura, recurre al cínico argumento de que "es lo que demanda el espectador". Se erige en árbitro de todo, lo juzga todo, no deja títere con cabeza y, como si fuéramos presidiarios, nos sirve bazofia tras bazofia sólo porque nos comemos la bazofia. Tiene la misma catadura que ese empresario que se jacta por ahí de que sus trabajadores perciben salarios de hambre en comparación con lo que gana él, porque le han ido a pedir trabajo. O la misma que el camello o el narcotraficante que alega que vende droga, porque se la piden los drogadictos. Pregunte ese periodismo al periodismo académico. ¿Cree realmente el periodismo académico que, porque lo ve, el espectador "demanda programas basura"? ¿No les induce él y a su constante bombardeo psicológico a que los vea?
El periodismo ha desenfocado su función social que no dista gran cosa de la que tiene la prostitución de salón, si es que alguna vez la ha tenido enfocada y se ha planteado colaborar con los ciudadanos en su engrandecimiento moral.
Por eso digo a menudo que los periodistas han sustituido en los púlpitos, al menos en este país, a la clerigalla. Esta ha perdido prácticamente toda la influencia que tuvieron en los regímenes absolutistas y luego en la dictadura. El testigo de la influencia ha pasado a manos de los periodistas con su pluma, con su verbo y su vida personal. El periodismo tiene, o debiera tener, mucho de ascetismo. Sin embargo, con el pretexto de dar lo que demanda el espectador, por un lado, exprimiendo la bajeza que hay en el ser humano en cuanto se le atizan un poco los instintos, por otro, y con el enorme influjo que ejerce la "cultura" pasiva recibida a través de la televisión, el periodismo -ese periodismo basura- está llevando tan lejos su voracidad, que le degrada y degrada a los espectadores; está creando monstruos en lugar de reforzar la dignidad del ciudadano.
Hacer caso del quiasmo de Lope de Vega cuando dice que "Si el público es necio, es justo hablarle en necio para darle gusto" porque conviene a la otra "cultura" implacable, la del dinero; hacerse pasar el periodismo por tutor de la ciudadanía, unas veces, y otras por orientador moral para sacudirse al final su responsabilidad moral es una de las maniobras más perversas en la sociedad moderna que convierte, por este simple hecho, a la democracia en demagogia liderada y rentabilizada por el periodismo marrón.
La ley penal debiera condenar el periodismo basura, estupidizante y embrutecedor, aunque sólo fuera por la salud mental y global del ciudadano. Debiera condenarlo como condena el narcotráfico o el tráfico de órganos. Yo diría que sólo debiera levantar la veda cuando permitiesen la venta libre de todos los estupefacientes
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