Todos pensamos algunas veces en Dios, en ese Dios que nos
permite un día más de vida, en ese Dios a que todos se refieren como aquél que tiene para ti algo preparado en la vida, que su ordenanzas o su fin para con
uno mismo es perfecto.
Y así, nos sumimos en un conjuro de hermosas palabras y
pensamientos autosugestivo a tal punto que quedamos convencidos de su presencia
en cada cosa y en cada acto que hacemos.
¿Cuál acto? hay muchos actos, muchas acciones, malas y
buenas. Entonces entramos en conflicto y nos decimos "somos
pecadores" porque hago estupideces casi a diario y me convenzo de ello y
sigo pecando, pero ¿qué es pecar? contravenir los 10 mandamientos de Dios.
Y luego decimos: "Me voy a infierno por pecar
tanto" y de pronto pensamos en el
Diablo que nos espera con un trinche gigantesco para echarnos al lago ardiente.
!Uff.. Qué imaginación!
Tal vez no existe ni lo uno, ni lo otro. Tal vez lo que
tenemos es el poder mental de crearnos las cosas buenas como malas. Y según
nuestro nivel de pensamiento, aunado con cierto desorden neurológico, porque no
todos somos iguales, nos enfrentamos a nuestros propios demonios y al mismo
tiempo estaríamos por ejercer un fanatismo extremo.
Aquí traspasamos la línea de la inteligencia, si es que se
tiene, con lo superticioso, con el temor de los hombres enquistados en su ADN
mucho antes que apareciera el homosapiens desde la época de las cavernas,
cuando sin explicarse lo que sucedía allá afuera al ver caer un rayo y prender
un árbol, se lo atribuía a un ser superior, a un Dios.
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